Fuente: Alconsumidor | Por: Adriana Labardini |
De los derechos a la seguridad, la calidad, a elegir, a ser escuchados, a la información y educación, a la compensación y acceso a la justicia para los consumidores, que enunciara el 15 de marzo de 1962 el entonces Presidente Kennedy en un discurso visionario, hasta las más recientes crisis globales alimentaria, energética, financiera y de sustentabilidad del planeta, mucho camino se ha andado, no siempre con rumbo óptimo, y ciertamente no ha sido igualmente redituable para oferta y demanda, especialmente en países o regiones de profundas desigualdades económicas. Lo que es innegable es que el consumo en grado de consumismo se ha vuelto el centro de la actividad humana, motor del modelo económico global y la razón de ser primordial del nuevo homo consumens que busca éxito, reconocimiento y felicidad en consumir, desechar, desear y acumular objetos y ser incluso uno de ellos, en un esquema de 24X7 y con la enorme influencia de la publicidad ubicua, y muy poderosa a niveles neuropsicológicos inimaginables, que acaban mermando, si la hay, esa libertad de elección, asumiendo que hay competencia para escoger como consumidor e información perfecta en tiempo real, para decidir racionalmente.
Hablar de consumo implica diferenciar entre los que tienen acceso a él, en poder adquisitivo y en disponibilidad de oferta de bienes y servicios, y los que no. Lo más preocupante es que ello es una realidad aun en bienes y servicios básicos como el agua, alimentos, salud, educación y transporte y, por supuesto, el agua digital del siglo 21, o sea, la banda ancha. Ya lo dijo Cofetel, sólo hay 0.5 teléfonos móviles conectados a internet por cada 100 celulares en México, y 10.9 líneas fijas conectadas, y en mi opinión, una velocidad promedio que ni siquiera sería banda ancha en el resto del mundo, a pesar de las enormes ventajas que tal infraestructura traería a México para poder crecer y para subsanar la falta de servicios universales básicos como salud y educación que, créanme, bajo paradigmas "analógicos" no será posible lograr. La urgencia de expandir la infraestructura, uso e innovación digitales es aún mayor en países que como México, tienen niveles altos de pobreza, desigualdad, inseguridad, educación deficiente y servicios de salud escasos en muchas zonas rurales o marginadas. ¿Cuándo lo entenderá nuestro Gobierno?
Mientras los deciles más bajos de la población mexicana no estén conectados -hoy día solamente 1.3 por ciento de los hogares de esos deciles lo está-, el consumo para el desarrollo sustentable seguirá siendo una asignatura pendiente, y esos derechos enunciados por Kennedy, por la ONU, por la ley de Profeco y por múltiples tratados internacionales acabarán siendo exigidos en tribunales por los mexicanos como derechos humanos, en vista de que ni mercado ni Gobierno lograron en 50 años hacerlos disponibles indiscriminadamente a 110 millones de mexicanos.
Hoy, por lo pronto, en el marco de la presidencia del G20 a cargo del Presidente Calderón, hay una importante agenda de los consumidores y los excluidos de los servicios financieros mexicanos y del mundo entero.
Un ejemplo de ella es la banca móvil, que hoy impulsa la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y el G20 como la siguiente forma de convergencia entre telecomunicaciones y banca sea solamente una terminal más para fomentar el consumo 24X7 bastante peligroso, por cierto, mientras tengamos los altos niveles de defraudación cibernética que hoy tenemos. Es crucial que el G20 y sus países miembros escuchen las necesidades de consumidores y quienes aspiran a serlo; padres y madres de familia, campesinos, pymes, emprendedores y jóvenes hoy sin acceso al crédito productivo o preocupados por los peligros de la banca móvil en un país de inseguridad digital. Exhortamos a la Secretaría de Hacienda, al Banco de México, a la Presidencia del G20, a abrir la discusión de la banca móvil y sus términos y condiciones a todo el público, esta es una discusión que no se puede limitar a autoridades financieras, banca y telefónicas, como tradicionalmente se hace en México: la oferta manda, la demanda paga. No será así ya. En ello, queridos consumidores, radica nuestro poder, y en organizarnos y apoyar asociaciones independientes como las que integramos Consumers International para hacernos oír y respetar; somos actores clave, no observadores del mercado y del Estado, actuemos como tales.
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