Zar Indiscutible del Petróleo
Rey Midas de su tiempo
A John D. Rockefeller (1839-1950: así es, vivió ¡ciento once años!), se le considera el hombre más rico de la Historia, y el epítome del empresario sin escrúpulos o "robber baron", que amasó una fortuna de proporciones inconcebibles para nosotros...hasta los últimos veinte años.
A la empresa que fundó, la Standard Oil Company, se le considera el monopolio por excelencia, pues debido a su tamaño y poder (y después de su eventual consolidación en el año 1882), nunca tuvo que competir en igualdad de condiciones, y siguió creciendo hasta volverse la empresa más importante del mundo.
En 1904 Ida Tarbell publicó un libro: recopilación de artículos publicados en la revista McClure's que ponía al descubierto las prácticas del gigante petrolero: The History of the Standard Oil Company. Fue el gobierno federal y la Suprema Corte de los Estados Unidos el que en el año 1911 pusieron límites institucionales necesarios a la asfixiante influencia y poder de la Standard Oil, gracias a un largo proceso de divulgación y aprendizaje, encabezado por los ´muckrackers': generación pionera de periodistas de investigación norteamericanos volcada a la tarea de exhibir las condiciones en las que operaban industrias como la petrolera.
Quizás el émulo norteamericano más aventajadado de Rockefeller sea William Henry Gates III, pero si nos atenemos al tamaño de su propia fortuna, distribución por áreas estratégicas y proporción relativa, difícilmente se puede considerar que él juegue un papel tan determinante en la economía global de su país, como nuestro Rockefeller (autóctono y reloaded) en la nuestra.
Lo explica mejor el autor y corresponsal del diario USA Today Brian Winter, en un artículo de su autoría (How Slim got Huge, o Cómo Slim se volvió Gigante), que fue publicado en la revista Foreign Policy en su número de Noviembre/Diciembre del año pasado. La deficiente pero legible traducción es nuestra.
" Lo que está fuera de toda duda, es que la proporción de Slim comparada con la riqueza nacional es en realidad descomunal, si se considera que en varios aspectos México es una economía moderna (la catorceava por su tamaño en el mundo), y una de las más prósperas en América Latina. Una locomotora manufacturera que ha firmado tratados de libre comercio con diecisiete países y la Unión Europea. Slim posee mayoría accionaria en por lo menos 222 empresas. Telmex es sin lugar a dudas la más importante, la adquisición que permitió a Slim pasar de la simple riqueza a una condición de fabulosa opulencia. Aquí los números inducen al vértigo. Para que Bill Gates controlara una proporción de riqueza apenas similar a la que tiene Slim en México, tendría que ser propietario de ATT, MCI, Qwest, Sprint y Verizon –y aún así Gates sólo controlaría menos del 80% del mercado, muy por debajo del 92% de Telmex en México. Para igualar la presencia total de mercado del empresario mexicano, Gates tendría que ser dueño de Alcoa, Phillip Morris, Sears, Best Buy, TGI Friday’s, Dunkin’ Donuts, Marriott, Citibank y JetBlue. Para que su riqueza, relativa a la de los Estados Unidos, se equipara a la de su contraparte mexicano, Gates tendría que valer $909 mil millones de dólares. "
Repetimos la última cifra, para que nos caiga el veinte.
$ 909,000,000,000.00
COLOSO: ¿A PESAR SUYO?
Es importante recalcar que nuestra preocupación nada tiene que ver con cuestiones subjetivas. Para nada depende de filias o fobias personales.
Los responsables de este emporio serán tal vez dechado de virtudes. No lo sabemos, pero ni en manos de santos se justificaría un asunto terrenal tan delicado como el que mencionamos arriba.
Creemos firmemente que esta situación tan anómala, incluso puede llegar a rebasar la plena comprensión de los principales agentes responsables (incluyendo a la cúpula del grupo empresarial cuyo peso y influencia relativos, supera por varios órdenes de magnitud los problemas que afrontaron en su momento las autoridades y la ciudadanía en tiempos pasados.)
Lo que tenemos ahora es una situación verdaderamente inédita, con poco interés de sus implicaciones por parte de los protagonistas, y riesgos reales que deberían ocupar a las instituciones del país en su conjunto.
¿Esta inagotable acumulación, y su creciente centralidad -sin contrapeso alguno- entraña valores neutros para nosotros: los Consumidores, los otros agentes económicos y la autoridad en su conjunto?
¿Existen mecanismos para limitar una influencia que podría tener efectos indeseados en rubros clave como el de las comunicaciones?
Sin duda, el caso que nos ocupa no es el único, pero sí el más conspicuo y emblemático. De su eventual resolución, en mucho dependerá nuestra viabilidad como ciudadanos informados y exigentes.
(Fuente: Google Images)